Los límites como muestra del amor paternal


Por: Karina López, consultora psicológica.

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Génesis 1:26 declara que Dios creó al hombre a Su imagen y semejanza y eso significa que nos hizo parecidos a Él, en algunas formas. Esto demuestra que Dios es un ser relacional. Él es parte de la Trinidad, ya que es Padre, Hijo y Espíritu Santo y además, creó un universo relacional. Esto demuestra que desea tener relación continua, no sólo con las otras personas de la Trinidad sino también con el hombre, corona de Su creación.

Nos parecemos a Dios en el sentido de que fuimos creados como seres relacionales, sociales, con el deseo y la necesidad de vincularnos con Dios y con otros. Es decir, con la capacidad de establecer apego emocional hacia otras personas, de relacionarnos con alguien que posibilite no solo nuestra subsistencia sino en un nivel más profundo, ser capaces de compartir los pensamientos, sueños y sentimientos más profundos sin temor a ser rechazados.

El deseo del hombre por la comunión con su prójimo refleja la naturaleza de Dios y Su amor. Dios hizo a la primera mujer porque entendió la necesidad de Adán de la compañía de otro ser humano como él mismo. Estar sólo no es bueno para el hombre (Génesis 2:18). Todas las relaciones humanas (matrimonio, amistad, compañerismo cristiano) demuestran que estamos hechos a semejanza de Dios. Así como las tres personas de la Trinidad comparten una comunión social perfecta, nosotros también deseamos la comunión con Dios y con otros. Ahora bien, es importante recordar que para que dichos vínculos sean posibles y buenos, necesitan límites.

Un límite es una barrera física, psicológica o social que mantiene restringido el acceso a lugares o acciones inadecuadas o no aceptadas. Los límites físicos son más evidentes, ya que, si nos encontramos con una puerta, una valla o una cadena, sabemos que no podemos pasar; o que si queremos pasar, tenemos que pedir permiso. Los límites emocionales, en cambio, no resultan tan evidentes; y hay que establecerlos para que queden claros. Un límite personal es la forma en la que cada individuo define la diferencia entre las acciones correctas e incorrectas. Respetar los límites nos hace más confiables, más seguros de nosotros mismos, por eso es tan importante aplicarlos desde la niñez. “Los límites son necesarios para que el niño se sienta seguro y amado porque demarcan y establecen las normas y reglas de cada familia, definen los derechos y deberes”.

DIOS NOS PONE LÍMITES. Desde el principio de la Creación, Dios puso orden y empezó a poner límites dentro de Su creación. Límites en el horizonte, donde se unen la tierra y el cielo; puso órbitas prefijadas por Él, para los planetas. También ordenó las medidas de la tierra; encerró el mar con puertas, para que no se salgan las olas (Job 38:8-11).

En el jardín del Edén, puso los primeros límites al ser humano: que no comieran del árbol del bien y del mal, pues si lo hacían, morirían (Génesis 2:16-17. Pero también nos ha dado libre albedrío para que coloquemos límites importantes en nuestra vida. Somos responsables de esos límites. Un día daremos cuenta a Dios por ellos.

Él lo hace con un propósito de protección y de diseño divino. Cuando nosotros sobrepasamos los límites puestos por Dios, hay consecuencias, y las mismas no son buenas.

También nos parecemos a Dios en que somos seres racionales con voluntad. Podemos razonar y, dentro de ciertos límites podemos elegir; un reflejo del intelecto y la libertad de Dios.

Cuando Adán tomó la decisión de rebelarse contra su Creador, la imagen de Dios dentro de la humanidad fue desfigurada, y Adán legó esa imagen dañada a todos sus descendientes (Romanos 5:12). Hoy, todavía tenemos la imagen de Dios, pero esa imagen ha sido distorsionada por el pecado. Mentalmente, moralmente, socialmente y físicamente, mostramos los efectos del pecado.

Pero Dios ha elegido ofrecer la esperanza de la redención a la humanidad, una redención que solo está disponible por medio de la gracia de Dios a través de la fe en Jesucristo como nuestro Salvador del pecado que nos separa de Dios (Efesios 2:8,9). “Por medio de Cristo, somos hechos nuevas creaciones a la semejanza de Dios” (2 Corintios 5:17), “y por fe en Él, una vez más nos hacemos partícipes de Su naturaleza divina” (2 Pedro 1:4), y una vez más reflejamos de manera más perfecta Su imagen.

La Biblia nos dice que Dios es un Padre para el creyente, un Padre perfecto que es amoroso, bueno, tierno, paciente, que nos advierte una y otra vez cuando nos estamos equivocando, que nos pone las reglas claras y que también nos disciplina. Dios es el ejemplo de cómo debería de ser un buen padre terrenal, obviamente sin lo perfecto y lo sublime que es Él.

Y lo que el Señor hace es darnos muchísimas oportunidades para que lo busquemos y le hagamos caso como hijos obedientes. El problema es que generalmente lo ignoramos y abusamos de su paciencia. Buscamos las soluciones y estrategias para conducir nuestra vida según nuestra propia opinión.

Del mismo modo, los seres humanos (creados a Su imagen y semejanza), tenemos personalidades, voluntades, talentos y responsabilidades distintas. Es importante estar conectados con los demás sin perder nuestra propia identidad e individualidad.

Cuando pensamos en una relación pensamos en amor. Cuando pensamos en límites, pensamos en fronteras.

Según los expertos, los límites, en las manos amorosas de los padres, son maneras de cuidar, de orientar y de educar. Dejar a los hijos librados a su propia suerte o a su propia decisión en todo momento es dejarlos expuestos al "límite" del afuera, que seguro será más duro e intransigente que el que pueden fijar los padres.

Padres e hijos no somos iguales, ni debemos serlo. El vínculo debe ser vertical y debe estar basado en la autoridad amorosa del adulto para que encuentre allí protección y seguridad. Si un niño se ve obligado a manejar las riendas se angustia, se desorienta y no sólo en su niñez, sino que tendrá consecuencias en su adultez. El límite, en cambio, lo estructura y lo tranquiliza; necesitan límites y conducción. Necesitan poder confiar en el adulto. Cuando la función paterna se desdibuja, el chico pierde. Cuando un niño hace lo que quiere, está sólo, desvalido, y se convierte en un huérfano de padres vivos.

Los hijos sienten el respaldo del adulto cuando un límite es señalado sin culpas, claramente y cuando los padres pueden sostener las diferencias generacionales, los roles.

En nuestras otras relaciones interpersonales y aún familiares, donde la característica es la paridad, también tenemos el desafío de construir relaciones respetuosas, libres de violencia y de maltrato.

Para poder vincularnos, necesitamos desarrollar ciertas habilidades y bajar las defensas que construimos y que nos separan. Necesitamos reconocer nuestra necesidad, acercarnos a los demás, correr el riesgo de mostrarnos vulnerables, desafiar el pensamiento distorsionado, y siendo empáticos. Sin embargo, cuando las personas encuentran obstáculos para vincularse saludablemente, no pueden establecer los límites necesarios, tienden a aislarse pasando por varias etapas sucesivas: 1- Protesta, o queja, caracterizada por la tristeza y el enojo. 2- Depresión y desesperación. 3- Separación o aislamiento.

Es necesario establecer límites claros para poder tener vidas saludables. A veces no es muy agradable hacerlo, pues implica morir a nuestros deseos o sentimientos, pero son necesarios para poder vivir en paz y armonía con nosotros mismos y las personas que nos rodean. El mundo respetará nuestros límites si les indicamos cuáles son.

Para poner límites de una forma efectiva, hay que saber controlar las propias emociones. Ante cualquier muestra de abuso, no dejarse llevar por la ira ni por el decaimiento, sino mantener una actitud firme y serena.